jueves, 20 de junio de 2024

DUEÑA DE LA LUZ

Todas las cosas están unidas entre sí...

En esta pintura vemos una mujer yendo por un camino hacia la luz, luz de lo nuevo tal vez por su desnudez despojada de todo. La obra pertenece a Norma Bessouet, artista argentina dueña de un estilo propio plagado de simbolismos con una cercanía al Realismo Mágico. La imagen, llena de fuerza femenina, es una gran metáfora que puede aplicarse a todo ser humano.

Creo que hay un momento en que la mujer se apropia de la luz, al menos ante la mirada de un hombre, así lo relaté en un momento particular de mi vida, cuando aprendí a ver.

DUEÑA DE LA LUZ

Su pelo revuelto informa que aquí hubo pasión. Se incorpora en su última desnudez y me dispongo a presenciar una obra maestra, de elegir una situación entre todas las posibles en el acto de observar, elijo el momento en que la mujer se viste luego del amor.

Arte en movimiento que, en la armonía de sus formas, representa un camino diferente hacia la conquista de tiempos y lugares. Es el ahora de una piel distinta, con lisura nacida desde caricias y gemidos; más tarde volverá a su aspecto natural, pero en el silencio solitario de este acto final derrama en mis ojos una fiesta. Ropa recogida sobre piel recién amada, fui cómplice del amor y cultivo el derecho a mirarla.

Es observar una pintura en movimiento: su cuerpo domina con soberbia la luz, y lo hace concibiendo una superficie multicolor en el contraste. Esa captura de lo luminoso es su mayor conquista, evidente en el reflejo de su piel y en las sombras que deja sobre el piso. Con espontaneidad y movimiento da vida a cada uno de sus rincones: el conjunto corporal se transforma en imagen de vibrante juego de claroscuros. Me siento experto en arte al disfrutar esta composición exquisita.

Veo deslizar sus pies en cisnes sobre el piso, introducir parte del cuerpo dentro de una prenda, luego de otra, aún despeinada. Con gracia se calza, ajusta la ropa sobre su trasero y cintura, se mira hacia un lado, hacia el otro, frente al espejo es ella misma dos veces, insoportable. Se ruboriza al verse observada, el recuerdo de lo recién vivido queda suspendido en cada prenda puesta como nueva capa de piel, haciendo de esta escena -común en apariencia- pequeños universos completos en el que cada objeto del entorno cumple una función más allá de la que le es propia. Sobre el tranquilo marco de su silueta puedo leer leyendas inmortales en continuado.

Con su maniobrar va dibujándose a sí misma y en cada trazo una nueva curva aparece desde el aire. La minuciosidad con que lo hace tiene su razón de ser, es su instinto… me propone un futuro afín siempre y cuando me encuentre en condición de convocarlo. Tiempo de impresiones contenidas, de gestos graduales. Deja que su pelo caiga, descubre su nuca y al hacerlo corre el manto que muestra el camino hacia el sentido profundo de las cosas. Es la vida misma la que escala por la ladera de su espalda, en promesas de posteridad.

Sus piernas descuidan la prenda que debería cubrirlas, desatienden el milenario mandato del pudor, permiten que se vea lo que el azar del movimiento ofrezca. Esa despreocupación es una joya única, no la describiré porque rompería la magia, de todas maneras no encontraría metáforas para lo que siento al hacer uso del derecho de mirarle todo, sin objeción, sin reprimenda. Luego, en la calle, cuidará de no tocarse como se toca para acomodar los pliegues de su ropa, y será prudente al impedir que algún accidente descubra su intimidad. Pero aquí dentro ninguna regla existe, me está otorgando el privilegio de ser quien disfrute de esa obra de arte móvil que acaba de crear. Lo sabe, le gusta, me gusta que le guste.

El acto de observar es el eje de esta prosa. El hilo conductor de todas las cosas puede enlazar lo escrito con una canción: en ella observamos el reflejo de un encuentro inesperado, que deja marcas en el alma al capturar la inmediata atención del narrador. Allí se transmite la idea de que hay situaciones que, aunque parezcan fortuitas, tienen la fuerza suficiente como para cambiar una vida. Y la letra contiene, al igual que en la pintura, momentos de realismo mágico en frases como “juntabas margaritas del mantel” o “los astros se rieron otra vez”.

“Un vestido y un amor”

Fito Paez

 

"Las luces siempre encienden en el alma” dice su letra. Por eso mi memoria me habla ahora de un libro que leí hace muchos años, A veinte años, Luz, de Elsa Osorio.

A sus veinte años, Luz duda de su pasado, y cree que podría ser uno de los tantos niños nacidos en cautiverio. Algo que parecía enterrado en su memoria lucha por salir a la superficie, así Luz se lanza a una valiente y tenaz búsqueda de la verdad.

 

El hilo conductor continúa en la próxima publicación.

Por hoy nos quedamos aquí...