viernes, 25 de abril de 2025

HADADELALBA

Una montaña de tiempo, esa es la imagen.

La noticia me llegó desde un país lejano. Y recuperando antiguas vivencias se me delineó en la memoria la fina pero definitiva sensibilidad de su mano. Ella tuvo la capacidad de hacer visible lo invisible: extrajo de mí una fracción novedosa del amor. Entonces, desde este lado del tiempo, una clandestina quemazón irrumpió en el centro de mi cuerpo: recibí la noticia de su muerte.

Por esos días éramos sol rodando por las veredas; aves de paso por los bares. Éramos Beatles y el Che; viento y pasto fresco; poetas y vagabundos; Abraxas. Noche y día no existían, las horas se convertían en aliento y se evaporaban con las risas. Juegos de la copa, abismos de deseos; canciones desafinadas, secretos tontos; Whitman y Sábato.

Éramos lo que ya no seríamos luego.

Éramos demasiado jóvenes.

Éramos primos.

Tu mano, hija de la brisa.

Sí, Hadadelalba y yo éramos primos de sangre. Durante la infancia nuestras familias se veían con frecuencia y jugábamos lo que los niños juegan. Un día de nuestra niñez mi tío decide irse a vivir a otro país. Por unos años no nos vimos, hasta que volvieron como turistas. Y nuestros juegos cambiaron. Fue ella la que con un beso en la boca lo inició: recostados sobre la escalera en lo alto del edificio observábamos la ciudad nocturna y, con naturalidad, se incorporó y me besó. Así de simple.

Siendo púberes no teníamos conciencia de lo incestuoso, ni siquiera lo pensábamos, solamente una vez tuvimos la oportunidad de encontrarnos desnudos en mi habitación. Mis padres... ausentes por su trabajo. La hora, de mañana. La llegada suya, ansiosa. Fogosidad inexperta, descubrimientos mutuos, conquista del desierto.

Al momento de la desnudez apurada, los sexos fueron la novedad a buscar. Ambos recostados mirando el techo, tímidos ante el inicio. Pero algo comenzó con la boca de cada uno sobre el otro y, por primera vez, sentí el cálido anillo de carne que sus labios dibujaron llevando vida a mi intimidad. Luego una torpe unión. Y poco más.

Días después padre decidió el regreso, ella le pidió quedarse un tiempo más. Nadie supo que su intención de quedarse tenía que ver conmigo, solo por mí. Sucedieron días invernales. 

Tu mano, vientre del aire.

Su mano. La que un día me demostró que podía sentir el mundo de otra manera.

Hadadelalba lo ejercía naturalmente. Ocurría en los bancos de los parques, a la hora temprana de la oscuridad invernal; ocurría en los cines en horarios de trabajo, con poca gente presenciando las películas. Su mano agitaba mi ostentación de muchacho, como una segunda voz del aire, arrojándome al abismo del placer para derramarme sobre el pasto de los parques o contra el respaldo del asiento de adelante en los cines.

Poco tiempo pasó, hasta que su padre decidió que volviera al país de residencia. Cartas por decenas. Meses abrazado a un pasado fantasma, incompleto. Hasta que una última carta llegó, con la noticia de que me invitaban a pasar un tiempo con ellos en aquel país.

Ella supo tejer los hilos invisibles que sólo la mujer ve. 

Tu mano, centro del mundo.

Un verano de mi sur partí hacia el invierno del norte. Bajé del avión atontado y llegó hasta mí en arrebato puro su impetuosidad. Fue un novedoso abrazo.

Los días eran así: mi tío levantándose antes del alba para ir a trabajar y ella entrando a mi habitación para despertarme -jamás comprenderé cómo su madre no notaba el juego erótico-. Su mano me daba los buenos días. Pronto percibía por debajo de las frazadas esa brisa interna creciendo en vértigo implacable hasta expulsar mi aliento. Así eran mis amaneceres, cuarenta días míticos, todas las mañanas del mundo.

Tu mano, mi segunda piel.

Esos fueron nuestros momentos íntimos. Me he sentido algo egoísta, siempre; porque ella me daba placer y yo no podía retribuírselo. Las mañanas fueron lo más bello de mi estadía allí, de fascinación única e irrepetible. Pero el derrumbe fue tan repentino como previsible: mi tío se enteró. Y de las pestañas me llevó al aeropuerto para mi regreso.

Hadadelalba era menuda, de cuerpo nutrido pero no obeso, apetecible por donde se la mirara. Melena ondulada, de un negro casi azul. Con una personalidad como de arroyo cristalino a veces; y otras de tormenta tropical. Sonrisa penetrante y manos de belleza superior. 

Lo último que vi de ella desde la escalinata del avión fue su brazo en alto, de lejano adiós. Con la brisa en su mano.

A esa edad nos sentimos inmortales, sólo existe el presente. De eso habla una canción en apariencia simple pero de una profundidad filosófica que asombra cuando nos enteramos que su autor tenía sólo dieciocho años cuando la creó. Publico su letra para quienes no entienden nuestro idioma.

“Presente”, por Vox Dei

Autor: Ricardo Soulé

Todo concluye al fin nada puede escapar

todo tiene un final todo termina

tengo que comprender no es eterna la vida

el llanto en la risa allí termina.

Creía que el amor no tenía medida

o dejas de querer tal vez otra mujer.

Y olvidé aquello que una vez pensaba que nunca acabaría nunca acabaría

pero sin embargo terminó.

Todo me demuestra que al final de cuentas termino cada día empiezo cada día

creyendo en mañana fracaso hoy.

No puedo yo entender si es así la verdad

de que vale ganar si después perderé

inútil es pelear no puedo detenerlo

lo que hoy empecé no será eterno.

Creía que el amor no tenía medida

o dejas de querer, tal vez otra mujer.

Olvidé aquello que una vez pensaba que nunca acabaría nunca acabaría

pero sin embargo terminó.

Todo me demuestra que al final de cuentas termino cada día empiezo cada día

creyendo en mañana fracaso hoy.

Cuanta verdad hay en vivir

solamente el momento en que estás

Sí el presente... el presente y nada más.

GRACIAS POR LEER

miércoles, 9 de abril de 2025

EL BAR DE LA VIDA

Fotografía: Pedro Luis Raota

Esta magnífica fotografía compuesta por el artista argentino Raota muestra el sueño de cualquier pibe a esa edad: ser observado por todas. Pero todas, allí, están de espalda, mujeres anónimas que simbolizan un sueño. Tal vez fui ese pibe ¿Cuál de ellas habría sido la justa para mí?, me pregunto. Puse mi rostro, pero ella no se mostró… o no la vi, pero de una cosa estoy seguro, nunca nos encontramos.


Soy el que no supiste que existió,

soy lo que pude ser.

Aquí, en el bar de los sueños imperfectos, busco las musas que habitan esta pluma, para que mi mano crea que es ella la que escribe. Los pocillos cuentan su dulce historia de cafés del encuentro y de ásperos sabores del olvido, en cada uno cabe un mar, y en cada mar pulpos de la conciencia que agitan destinos entre las mesas.

Los seres que transitan por este bar no son héroes ni villanos, son sobrevivientes. La calle es un mar bravío y aquí dentro pueden encontrar una tierra donde alimentarse de silencio: isla salvadora luego del tifón. Serán náufragos nocturnos cuando acudan las sombras, por ahora -con el último brillo de sol- no lo saben.

Junto al vapor de este café se eleva el caballo alado de mi pensamiento. Busco lo mejor, pero no es una mujer perfecta lo que espero, sino la justa para mí. Lo pagué con tiempo, lo sé, pero no me he quedado con ese rufián llamado conformismo. Más allá del lugar al que me llevaron las necesidades cotidianas, mi alma quedó sin su par; puse todo de mí y no me arrepiento. Los amores bellos me hicieron crecer, siempre salí de ellos siendo mejor; los incorrectos fueron necesarios para saber dónde estaba parado.

Tengo en la mente un rosario de luces reas que algún tímido dios del arrabal trajo de un rejunte de universos para desparramarlas sobre la mesa, en el más acá de mis alas.

Si es verdad que existe un Eterno Retorno no quiero que sea un círculo perfecto en el que llegado a un punto la vida y el universo se repitan eternamente igual, porque representa la tortura de saber que no he coincidido nunca con ella en un mismo tiempo. Prefiero que ese retorno tenga forma de espiral imperfecto, que el regreso a las mismas cosas se dé sin concurrencia absoluta, que en alguna de las vueltas su tiempo y el mío se toquen. Aunque encontrarla tan sólo me sirva para decirle lo que siento mirándola a los ojos.

A veces creo que el tiempo es un invento humano para justificar que todo cambie. Deriva esto en una posible verdad: le llamamos tiempo al hecho de que las cosas se transforman. Un rostro se arruga, tiempo; un árbol crece, tiempo; las agujas del reloj giran, más tiempo. Esa mentira me hace pensar que tal vez en algún momento universal la mujer justa para mí dibujaba cisnes en el este mientras yo escribía mis primeros garabatos en el sur. O quizás yo agonizaba de viejo en un castillo mientras ella nacía al otro lado del mundo.

 Y así, con la velocidad de un corcel con alas en busca de enlazar historias con alguna eternidad esperada, doy fin a este texto de terquedades con ojeras antes de haberlo comenzado, en realidad un puñado de divagues en el viento.

Amontono dentro mío un cúmulo de besos dormidos al tiempo que invento el arte de secar sueños al sol, fatigado de tanta noche bordada con hilos de desvelo. Esto es lo que soy, un hombre frente a una mesa en el bar de la vida.

Beberé mi último café y saldré justo antes de que la noche oculte el brillo del empedrado. Si pudiera reunir en uno solo todos los besos que di y que daré, ese beso sería para ella.

Pero ella no llegó.

Tal vez escribo bien lo que siento, pero hay quienes lo han hecho mejor, siempre hay alguien mejor que uno. El talentoso escritor, músico y pensador argentino Alejandro Dolina ha creado una canción con aires de tango cuya letra es conmovedora (al final la letra para los que no hablan nuestro idioma).

“Soy”

Alejandro Dolina

Música y letra le pertenecen.

Soy un sueño del ayer, soy una humillación que viene del pasado.

Soy una equivocación, vergüenza de un error que ya borró tu mano.

Soy un viento que se fue, un fuego artificial que se apagó en tu cielo.

Soy una vieja canción, que ya no cantará tu voz...

 

¡Ay!, Cuánto he caminado por llegar a este destino tan soñado.

Vengo a buscarme a mí pero ya me fui.

¡Ay!, Dónde habrán quedado las promesas de mis novias del pasado.

Soy sol que se ocultó en el oeste de tu corazón.

 

Soy en tu álbum familiar, el triste colegial que nadie reconoce.

Soy pidiéndote perdón, como una imitación de mis antiguas poses.

Soy un miedo sin razón, soy la confirmación de un mal presentimiento.

Soy una vieja canción que ya no cantará tu voz...

...

GRACIAS POR VER, LEER Y ESCUCHAR