lunes, 30 de septiembre de 2024

LA DESNUDA PIEL DEL OTOÑO

En esta pintura del artista plástico argentino Ernesto Bertani se desliza el tema de la mujer como objeto, los cuerpos entrelazados hablan de varias realidades. Observamos hombres luciendo traje como si fuera un uniforme, cargando con el deseo puesto en la piel desnuda de la mujer. Hacia esa desnudez me lleva ahora el hilo conductor, a un relato escrito para una mujer que me dedicó un desnudo que no olvidaré. Que la prosa nacida de la entrega compense la otra vacuidad.

Aquella noche en la que te dije que amo el otoño de esta ciudad se gestó en vos la decisión de regalarme uno, a tu manera.

Fue así como en lo más profundo de mis ojos provocaste el primer relámpago de desvelo, desde tu escote en ocres de sol, desde el follaje vacilante que allí apremiaba la primera caída, provocada por tus manos al correr un bretel y luego el otro por el borde de esos hombros tuyos, como parques.

Así se deslizó la primera hoja, en gesto de reina. Cayó para que se animen las demás, en ese punto de la habitación coordenada de mis ojos, donde con suavidad mitológica se deslizó tu vestido y llegó al suelo para preparar el espacio que ocuparían las hojas siguientes. Allí se concentró en una fracción todo mi tiempo vivido al deslizarse la prenda a la velocidad justa como para elevar mi temperatura otoñal. Y esperé más hojas por caer, porque la caída de todas ellas me despojaría de las dudas sobre el amor y la vida.

Desde mi quietud observé el desarrollo de tu desnudo, lento, lánguido, el que me prometiste a pesar de tu timidez, el que cumplías a pesar de tus temores. En mi piel se abrieron poros negados al ver la escena que creabas, mis ojos potenciaron su visión, mis manos volvieron a nutrir fogatas y me proyecté por el tiempo en forma inversa, repleto de vestigios de masculinidad pura.

Tus manos acopiadoras de vientos amasaban un prodigio, y en su misión de provocar temblores arremetían contra la penúltima hoja. De ser cierto que existe eso llamado amanecer, entonces fue depositado en esas manos tuyas, que es donde nacen todas las cosas. Manos que allí y entonces se arremolinaban por los arrabales de tus pechos y sombreaban deseos sobre las curvas de mi destino. No era sólo el desnudo de tu cuerpo, era también el de tus ganas.

Cuando el eco crepuscular de un tango se te convirtió en jadeo para trotarme en la rea ternura de una ofrenda, desde un distraído silencio la penúltima hoja cayó en pirueta junto a tus pies. ¿Cómo escuchar la melodía muda de tu savia si yo sé que, en tus rincones, ha quedado depositado el silencio maestro del universo previo a este universo próximo a mí, heredero de todas aquellas cosas creadas para germinar -bajo la piel de un hombre- el único impulso posible que es el deseo definitivo por las formas de una mujer? De esa mujer que ahí eras vos. De este hombre que era yo al mirarte.

No percibo en el otoño la decadencia que los poetas tejen en versos con hilos de amargura; frente al árbol casi sin hojas se intuye la magia de lo latente. Como aquello también latente que dejaste en mis rincones con sabor a mañana siendo ancestral.

Goteaban los almendros fugados del verano tu melífero empeño. Sentí, con versos atorados en mi boca, el punzar de una flecha. Con hambre fatal en los brazos, clandestino y bravo en afanes, este instinto mío se desbocó en galope interno cuando el ángel renegado de tu rutina dejó caer la última prenda que descifraría, al fin, mi futuro. Anhelo deshojado para siempre, pesadumbre del pasado para nunca.

Y el otoño me remite a lugares interiores cálidos: un café, música, una ventana hacia el amarillo de los árboles. El tango contiene todos los sentimientos de la vida social y, al escucharlo sin letra, aporta su cuota de calidez.

“Tema otoñal”

Autor: Enrique Francini

Interpreta: Atilio Stampone y orquesta


GRACIAS POR LEER

viernes, 20 de septiembre de 2024

EN UN TEMBLOR DE VOZ

Ciertos defectos de urbanización en mi ciudad suelen dejar como consecuencia zonas afectadas por las lluvias. Mi mente inquieta me lleva con su hilo conductor hacia una noche de calles inundadas.

1

 EN UN TEMBLOR DE VOZ

El recuerdo que conservo de ella es grato pero leve.

Fue un verano. Una vecina, simpática y locuaz, entró una tarde a mi comercio de venta de cigarrillos, chocolates y artículos varios. Sin vueltas me dijo:

-Joven, conozco una chica que gusta de usted.

-Dígame quien es –respondió mi ego-.

-Pasó pocas veces por aquí, me contó que la otra noche ella vino a comprar algo y usted estaba distraído con su guitarra, ella lo miraba y se reía en silencio hasta que al fin la vio.

Se expresaba con gentil complicidad, me estaba ofreciendo una golosina. Le di mi teléfono y le pedí que la convenza de hacer el llamado. A los pocos días ocurrió.

-Hola, soy yo -me dijo en un temblor de voz cálida, avergonzada.

2

Al día siguiente vino, lloviznaba, bajó de un taxi tapándose la cara con el paraguas, cruzó la vereda y al llegar a mi lado reveló en estallido un sol desde su rostro; pelo húmedo casi rubio, ropa ajustada, esplendor de treintañera. Era simple y extraña al mismo tiempo, sensual pero tímida, como si hubiera guardado durante muchos años en un cajón a la mujer que ahora ofrecía. Aún recuerdo su perfume intenso y aquel cascabel de sonrisa entre los labios.

Fuimos a un café, la charla fue grata, su sonrisa y mirar eran cálidos, tiernos. Sin embargo presentía en ella una mezcla de deseo y fuga. Notaba por su mirada que yo le atraía, pero al mismo tiempo presentía un contenido impulso por alejarse de mí.

Pasó algo de tiempo, no tenía la suficiente motivación para llamarla. Pero ella lo hizo.

-¿Qué pasa? -me dijo siempre temblorosa-, ¿no querés volver a verme?

Le confesé que no comprendía muy bien que esperaba de mí. Me dijo que no me preocupe, que yo le gustaba y que pasaría por el comercio.

3

A los pocos días volvió, era noche de estío y el viento disimulaba una tenue agresividad de pronta tormenta. No tardé en besarla, si prolongaba más lo inminente se me derretiría como chocolate de verano. Intuía que algo de nuevo había allí para ella y para mí también porque vi un gesto particular en su boca y porque al tenerla desnuda sentí que le crecían alas dispuestas a envolverme.

Todo venía bien, lo sensual crecía junto a la tormenta que afuera arrollaba en lluvia al asfalto. Comencé a deslizarme dentro suyo con la mayor sutileza posible, sentía que debía ser prudente, pero, a medio camino, ella me expulsó con un grito de ¡no! Minutos después estábamos sentados sobre la manta que hacía de cama en la penumbra de un rincón.

-Disculpáme, no sé porque nunca puedo, creí que esta vez sería distinto, con vos estaba decidida, me gustás mucho -me dijo derramando algunas lágrimas-. La invité a vestirse, salimos desde lo oscuro hacia la ciudad inundada y con un taxi la dejé en la puerta de su casa.

4

Volvió una tercera tarde, no llovía. La noté más sensual que nunca, casi salvaje, dispuesta a reconquistarme. Pero era tarde, la manera en que me había empujado esa noche me dejó una marca incómoda. Se dio una conversación melancólica, con un declinar suave en su ánimo y una brisa que se alejaba para siempre luego de posarse clandestinamente en la piel.

En corto tiempo había desarrollado cariño hacia ella, un amor mínimo con sabor agridulce. Me costó hablarle de finales, la miré como algo insondable, con una pizca de nostalgia por lo no vivido y mucho del arrebato que ya no sería.

Sonrió lánguidamente.

No volveríamos a vernos.

Nunca pude definir si aquel perfume suyo me gustaba o no. Pero eso sí, lo tengo presente aún en la distancia de tiempo porque no volví a percibir nunca ese mismo aroma. Se me presenta, inevitablemente, la canción Perfume, con aire de tango electrónico. La banda Bajofondo estuvo originalmente integrada por cuatro argentinos y cuatro uruguayos.

"Perfume", por Bajofondo, invitada: Adriana Varela

Los fundadores de Bajofondo son Gustavo Santaolalla, argentino y Juan Campodónico, uruguayo. La cultura porteña (de Buenos Aires) tiene mucho en común con la cultura Montevideana (Uruguay) y nos une el Río de la Plata. Eliseo Subiela, director de cine argentino escribió y dirigió la película El lado oscuro del corazón cuya historia se desarrolla entre Buenos Aires y Montevideo. Quien desee verla puede hacer click en la imagen.

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El reino de los eventos entrelazados es infinito.
GRACIAS POR LEER