ULTRAMAR
Esa
boca tuya.
Boca tuya, esa.
Tuya, esa boca.
Veo una boca.
Es
una boca, si, dibujada en el techo de la noche. Aunque no sé si es la noche, o
su pelo, el de la dueña de la boca encima de mí; tampoco sé si eso allí arriba son estrellas o sus ojos en máxima brillantez.
Eso sí: la boca es una boca, de mujer, suya, lo sé porque es la boca que ahora
deseo. Aunque quizás sea la noche misma, como esta noche de boca suya arriba
mío.
Por
mi piel no han pasado muchos amores, ni pocos. Pero han sido suficientes como
para comprobar que existe una correlación entre la boca de una mujer y su vulva; que hay una concordancia entre una y otra. O mejor
dicho: combinan entre sí, como cuando un color de ropa queda bien con el color
del pelo, cuando a uno le va bien lo otro. No tengo dudas de que un cuerpo con
determinada boca admite solo una determinada vulva.
Su
pelo cae sobre mi cara, boca tuya, esa, la que me anticipa tus otros
labios, le digo sin decirlo mientras la miro, aunque no pueda
escucharme.
Aún
no conozco su vulva pero la imagino a partir de los contornos de esta boca
suya, la que encontré allí entre su pelo, negro como la noche ahí arriba.
Primero su boca, luego el vulvar destino, ese es el orden de encuentros,
todavía no vi su vulva, pero la intuyo, porque ya conozco su boca.
Ultramar
su otra boca, más allá de donde habitan todos los mares. Esta primera boca
es un puerto intermedio en el que recalaré antes de volver a zarpar para llegar
a su otro puerto, el más oculto, el que otorga deleite cuando se abre para uno.
Soy
hombre y suelo indagar el cuerpo de la mujer en busca del mayor placer que
pueda proporcionarle. No es altivez, conozco mis limitaciones, por eso dejo que
el instinto sea quien timonee mi barco. Pero como hombre que soy, mi razón se
acomoda casi siempre entre los pliegues de mis acciones, disparando desde allí
planteos que la mujer pulveriza de inmediato con salvaje pureza, con su boca.
Palabras salvajes y puras, tuya esa boca, la que pronuncia pocas
palabras, justas, húmedas del aliento de esa boca tuya.
Pongo
rumbo, sí. Mi mascarón de proa lleva un caballo alado, surcar estas aguas será
cruzar el confín de la piel acompañado de sirenas buenas; bailar sobre un rayo
lunar, elevar en espiral las semicorcheas de una canción marinera.
Navegaré
nocturnamente con el pecho desabrochado. Aunque los grises vientos desparramen
furias no impedirán a mi velamen henchido de ganas recalar en tu muelle, ni
dejarán sus miedos en la sentina de mi alma.
Mi
beso primero y el otro beso en sus labios bajos tendrán un algo de fruto
prohibido y otro algo de salino regalo. En las setenta líneas de mis manos
llevo el pasado arrugado, lleno de gaviotas como arrebatos que aún no han
volado.
Más
allá de todos los mares, más cerca del infinito que de mis horas, atraparé la
gloria de un prodigio que aún no cesó y me vestiré de vanidades a la hora de su
agasajo. Ahora un par de oscilaciones marcan mi brujular mirada: el norte
carmesí de su boca visible y el oculto sur de esos otros labios en promesa.
Eso relatado, con estrellas en los ojos de ella, ocurrió en el momento en que todo puede ocurrir: la medianoche...
“Exactamente medianoche”, por La Blusera
Música: Daniel Beiserman, Letra: Adrián Otero
La medianoche porteña (de Buenos Aires) está en íntima relación con sus bares. La vida del porteño pasa por ellos: el café con los amigos, la primera cita, las charlas para arreglar el mundo, la reunión luego de una película… Comparto con ustedes un libro repleto de información y fotos de los bares más tradicionales de mi ciudad. Para leerlo clic en la imagen.