Hay un solo lugar
desde el que puedo observar la noche, el éter. Lo hago en ese instante en que
el mundo de los hechos reales baja su persiana, porque las huellas diurnas se
van borrando y me alimenta una curiosa agitación por la oscuridad. Mientras la
radio bosteza un saxo, por el vidrio ruedan los últimos reflejos del día, caen
desde un temblor envuelto en corcheas.
Elijo volar hacia
lo oscuro, harto de pasos perdidos entre la luz del día prefiero mi surco en el
viento nocturno. Desde el espacio observo los límites del alba como algo
no deseado; mis utopías, contenidas hasta entonces, se declaran en rebeldía. Por
la noche de los tiempos cada estrella es un sonido que vibra en el universo de
los deseos y se agita en espuma sobre los sueños, o los temores.
Este anochecer es
uno y único. Me alejo del sol hacia esa luna a la que se le da por estimular
mareas y remover aromas de licores olvidados. Hay una quietud que acecha entre
las grietas de lo nocturno, allí donde le brotan nubes a los deseos y se
filtran conjuros brujos que, en puntitas de pie, van en busca de un renacer en
el alba tras haber agonizado una vez más por culpa de ese capricho eterno, esa
costumbre que tienen los humanos de matar a la muerte humedeciendo a besos la
piel del otro.
Vuelo para quedarme
en el vuelo, no busco una excusa en el volar. ¿Habré dejado parte de mis
alas en cada surco invisible, en cada curva del aire? De ser así me vuelven
remozadas, el azul profundo de lo infinito me las muestra blancas en su
diferente blancor. Mi vuelo es perfecto en su desorden, hoy dejo algo de mí en
cada aleteo así como he dejado fragmentos de piel sobre la piel de aquellas que
me amaron.
Ser alado es un destino. No se inventa, no se encuentra. Estalla desde los poros con arrojo propio para sobrevolar el aliento de lo nocturno, lejos del rocío, ausente de la delicada premura de antiguas lloviznas. Con alas de la noche se me da por cabalgar sobre mi propia espera, porque siento en el plateado antojo de los astros un rumor a nostalgias buenas por venir. Y cuando llego al borde del alba dejo mi ser junto a la luz, allí donde se acunan un timón, una brújula y una quimera.
…
Un texto como
este solo puede surgir desde una contemplación solitaria. Años de Soledad es la creación de un músico
nuestro que supo hacer del sonido argentino algo universal sin perder la
esencia tanguera.
Años de Soledad
Compositor y dirección musical: Astor Piazzolla
Invitado en Saxo: Gerry Mulligan
La soledad, la noche, la luna, la imaginación: un cuarteto perfecto que suele presentarse en diversos momentos de la vida. Por su parte la luna ha inspirado grandes obras, presento entonces -orgullosamente- una película argentina que destaca el amor por todo aquello que se hace sin intenciones de dinero, virtud natural de nuestro pueblo, que nos quiere robar el actual gobierno. Para verla hacer clic en la imagen.