Al bajar del coche dirigí la vista hacia la puerta de entrada y vi que venía hacia mí -inquieta y sonriente- una chica de larga vestimenta rosa, propia de la fiesta en cuestión, tacos bajos, graciosa y sensual en el marco de una bien delineada redondez física: un bombón rosado. Me abrazó con fuerza y mirándome a los ojos me nombró. Pero ¿quién es?, pensé.
Éramos cuatro amigos de la infancia, se casaba uno, otro pasó a buscarme con su coche para ir al salón y allí nos esperaba el cuarto, todos conocidos de esa época infantil y pre adolescente.
Aquellos años habían sido dulces y cálidos, con juegos elementales y sol en la espalda, días lentos que derivaron en una ingenua pubertad propia de esas décadas, todos viviendo dentro de una distancia de no más de cincuenta metros.
A veces veíamos a lo lejos -casi como si fuera otro barrio- un grupo de chicas, sin identificarlas, sin acercarnos. Apenas tres o cuatro de ellas se juntaban allá en otras veredas para pasear su tierna picardía compartiendo helados o chocolates. A ninguna conocí personalmente, era solo verlas de lejos y no más que eso; caras lejanas sin rostro definido.
Pero vuelvo al momento en que -luego de perderla de vista- entramos al salón. Con gran abrazo me recibió el recién casado, luego su hermana y mi otro amigo. Lo convencional: sentados en una misma mesa comenzamos a compartir la comida, los brindis y las risas. Poco después todo el mundo desparramado o en trencito, nada novedoso. Me había quedado charlando con quien estaba a mi derecha, y percibo que alguien se sienta en la silla vacía de mi izquierda. Ella nuevamente.
-No te acordás para nada de mí ¿no? Se te nota en la cara. Soy una de aquellas chicas de nuestro barrio de la infancia.
Poco después de mi pubertad, una mudanza me había llevado a otro sitio, distante. Mantuve contacto con uno de mis amigos y muy de vez en cuando con los otros. Pero de aquel grupo de chicas… una imagen como en neblina. No recordaba para nada quien era ella.
Sin darme tiempo a reaccionar, luego de servir dos copas y ofrecerme una, me dijo:
-Brindemos por nosotros.
Y lo selló con un beso en la mejilla.
Sin saber cómo reaccionar, me di vuelta hacia mi amigo quien, con burlona sonrisa, me susurró: "esta mina desde la infancia está caliente con vos".
Más de una hora en la puerta de un bar. ¿Puede ser que un hombre espere tanto a una mujer sin irse luego de, como mucho, veinte minutos? Si, acá está escribiendo el paciente personaje.
Al despedirnos la noche anterior ella había deslizado por uno de mis bolsillos un papel con su número telefónico. Al otro día la llamé y quedamos para esa tarde en encontramos ahí, en la puerta de ese bar al que yo adornaba como estatua desde hacía tanto. Pero llegó.
Su cuerpo al caminar era decidido, pero tenso, esta vez vestía pantalón y remera bastante ajustada. Estaba buena, robusta y bajita, pero bien formada. Entramos.
La charla fue obvia, la infancia, el barrio, los vecinos. Ella conocía y recordaba el nombre de todos nosotros. Yo el de ninguna de aquellas, las de veredas lejanas.
Sentados muy cerca el uno del otro charlamos como dos horas y el beso en los labios llegó naturalmente. Como por suerte cada mujer es un universo aparte quedé sorprendido una vez más: mientras nos besábamos rozó mi cara con la misma mano que al instante deslizó en rápido descenso por mi pecho para detenerse unos segundos en la zona secreta.
-No entendí el final de la película -le dije-, ¿me la contás de nuevo?
Y lo repitió.
Los últimos reflejos del día se metieron por la persiana de mi cuarto. Sobre la cama nuestros cuerpos agitando amores, nuevos por un lado, viejos por el otro. Por encima de mí, a un aliento de distancia, surgieron triunfales sus palabras:
-Estoy haciendo el amor con mi amor imposible.
¿Cómo no recordarla agradecido por eso tan único que me hizo sentir?
Casi al amanecer, sin haber dormido, ella se incorporó y desnuda se puso a recorrer el cuarto mirándolo todo. Deslizaba en cisne sus pies por el piso de madera con las manos cruzadas por detrás. Cada cuadro, cada mueble, cada detalle decorativo era observado como para no olvidarlo.
Nos vestimos, la acompañé hasta su casa.
Regresé taconeando por las baldosas del estío de mi segundo barrio. Pero mi mente esa madrugada estaba más allá, en otras veredas, intentando repasar viejos rostros olvidados. Fue inútil, las caras infantiles de aquellas niñas lejanas no venían a mí. Viví un tiempo más ese amor nuevo con toques de nostalgia por lo antiguo, pero el grato café bebido en el momento justo pronto pierde sabor. La pasión suele acabar.
Podría decirse que fue atrevida, o que su actitud fue procaz, pero sería un error. Llegué a conocerla lo suficiente como para otorgarle el adjetivo justo: valiente. No dejó de soñar con lo que deseó desde pequeña y cuando tuvo la oportunidad no la dejó escapar, es valiente quien hace lo que siente a pesar de sus temores.
La sensación que hoy tengo es extraña, fue un amor de barrio... y no lo supe.
Para ella fue un amor de largo tiempo, para mí uno con la velocidad del rayo. Y hablando de amores rápidos comparto un poco de humor con una tira de Caloi, el gran historietista argentino.
Quien sabe qué es lo que ella hablaba de mí en las veredas durante su pubertad; los amores de juventud ofrecen una variedad de sabor único. Existe una canción que habla de rosas robadas en los jardines, de margaritas deshojadas, de estudiantiles charlas secretas, de amores no aceptados por la sociedad.
“Amor de juventud”, Pedro Aznar
Letra de la canción:
Él roba rosas por jardines de su
barrio
La siesta es cómplice total… y siempre hay alguien que lo ve
Y ríe sin querer volviéndose en el tiempo.
Ella deshoja margaritas en su
cuarto
Anoche lo trató tan mal… y siempre vuelve a aparecer
Con ese no sé qué que deja sin aliento.
Amor de juventud
Sus brazos por primera vez
Amor de juventud
Un beso y es el infinito
Amor de juventud.
Ellas se encuentran a estudiar
desde temprano
No hay quien las pueda separar... y alguna tarde hay algo más
Una magia sensual que corre por los cuerpos.
Él busca formas de decirle que lo
ama
No sabe por dónde empezar… le lee poemas sin parar
Se quiere cerciorar de que él siente lo mismo.
Amor de juventud, sus brazos por
primera vez
Amor de juventud, un beso y es el infinito.
Amor de juventud.
GRACIAS POR TU VISITA
Hola Papu!Esta entrada nostálgica de aquello que fue, amores primeros, de juventud, lo escribes tan claro que me llevas a mis amores primeros, a pesar que son lindos, novedosos, sufridos, llorados,(al menos los viví así, inocentemente, pero mucho, entonces ahora recordar me hace gracia)la chica protagonista si fue valiente en hacer, realizar algo pendiente,imagina que haria hoy.Me encanta como se disparan las imagenes en tus textos" Deslizaba en cisne sus pies por el piso de madera con las manos cruzadas por detrás."Aqui hay una potente y hermosa para mi por todo como imagino la escena completa,Ahora que te leo tranquila y escucho el tema de Aznar,uf me has sorprendido gratamente a esta hora de mi tarde-noche.Te envio un beso y un abrazo tibio,asi como en un estado de fan boba.
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